La noticia de las violaciones de religiosas por el clero local en algunos países, sobre todo de África, ha saltado a las páginas de los periódicos. Hacía años que se sabía, que circulaba el rumor, pero sólo ahora ha sido admitido públicamente por los dirigentes eclesiales. Por supuesto, este hecho no empaña la labor inmensa y generosa de misioneros y misioneras, ni la de la mayoría del clero local. Las violaciones y abusos de monjas y laicas es algo gravísimo que entra dentro de la consideración penal y que debe ser abordado con justicia y valentía, sin que espíritu corporativista alguno se interponga.
En la noticia, y en las tertulias donde se comenta la noticia, se mezclan dos asuntos diferentes. Una cosa es el tema de los abusos y las violaciones de monjas por sacerdotes que se aprovechan de su situación de poder. Un poder que en muchas ocasiones es considerado popularmente como sagrado. Otra es el mantenimiento de relaciones sexuales por parte del clero o de los religiosos y religiosas. Son dos cosas muy diferentes, aunque ambas dejan al descubierto varios problemas que la dirección eclesial debe afrontar y que vienen siendo puestos de manifiesto, reiteradamente, por laicos, teólogos, y también por algunos obispos: el tema de la consideración de la sexualidad, el tema del celibato obligatorio para los sacerdotes, el tema de la consideración de la mujer y el tema del poder. Un psicólogo diría que se reducen a dos: sexualidad y poder. La Iglesia, sus dirigentes, deben afrontarlos ya, y con valentía, si quiere tener credibilidad, relevancia y autoridad, pues a mayor poder de decisión mayor responsabilidad.
Sin duda que el contexto cultural, sus valores, la idea de las relaciones mujer-varón, su concepción del sexo y la procreación... dan un carácter especial a estos casos -condenables-; por otra parte bastante improbables, con esa extensión, en un país occidental donde la promoción y concienciación de la mujer y la secularización han hecho acto de presencia. Sin embargo, no se debe olvidar que en los países europeos, en Estados Unidos, y en la misma España se han descubierto numerosos casos de pedofilia. Por lo tanto no parece que el contexto cultural explique totalmente el asunto, sino que existen otros aspectos más profundos que es necesario revisar.
El tema de las violaciones es gravísimo por la violación en sí, por el abuso de poder que supone y porque hace sospechar que la formación que se da a las monjas, en esos países, sigue siendo la de la sumisión, el sacrificio y la falta de espíritu crítico como valores importantes en la vida religiosa, así como se sigue inculcando la consideración del sacerdote como un ser especial y superior, por varón y por sacerdote. Si esas monjas hubieran sido educadas en otro tipo de valores y de imagen de mujer, si hubieran tenido muy claro que el sacerdote no tiene más derecho o santidad que ellas por el mero hecho de serlo, y si hubieran estado seguras de encontrar apoyo fácil en su oposición o sus denuncias, la situación, sin duda, habría sido diferente. Y esto lleva al tema de la consideración de la mujer y su lugar en la Iglesia. Se puede decir que la misoginia tradicional se va superando teóricamente y se abre paso, demasiado despacio, otro tipo de práctica; pero se puede constatar que el imaginario, los símbolos, la mentalidad e, incluso, el código de derecho canónico, siguen funcionando con claves muy similares a las de antaño. Unas claves que continúan manteniendo que la mujer no es una persona adulta ni compañera, sino subordinada, siempre necesitada de tutela y guía, un ser de segunda categoría cuya actitud propia es la sumisión.
Un asunto muy distinto a las violaciones, pese a que apunta a una problemática similar en el fondo, es el dato, también muy conocido, de que muchos sacerdotes, no sólo en África o en América Latina, sino en el resto del mundo, no guardan el celibato y mantienen relaciones sexuales, aunque en este caso libres y voluntarias. Uno de los temas que todo ello está poniendo de manifiesto es el del celibato opcional. Algo que, desde hace mucho tiempo, se viene pidiendo desde todos los estamentos eclesiales (Pablo VI reconoció que estaba de acuerdo, pero no quiso pasar a la Historia como el Papa que cambiara la situación). Aunque la mayoría de la gente no lo sabe, la situación de los curas respecto a la castidad es diferente a la de los religiosos y religiosas. El celibato de los curas no fue una obligación desde el principio, sino que fue imponiéndose, con dificultad y por motivos filosóficos, económicos y de orden eclesial. Pero la recepción de esta norma eclesiástica siempre fue discutida hasta que, primero en el siglo XII y, después, en el Concilio de Trento (siglo XVI) se consiguió cerrar el tema.
Sin entrar a valorar el sentido que el celibato pueda tener en algunos casos concretos, no se puede cerrar los ojos a los sufrimientos y los dramas que ha generado y está generando su obligatoriedad, y es doloroso darse cuenta de que no conduce a nada, a no ser que se piense que a mayor sufrimiento mayor valor y salvación, lo cual contradice al Evangelio y a la experiencia más común. Y, sin embargo, de esto no se habla, se trata como si fuera algo más bien vergonzoso y personal, y con ello se evita considerarlo como algo estructural. La concepción negativa de la sexualidad que, en los primeros siglos, contagiaron a la Iglesia los movimientos heréticos gnósticos y encratitas, contra los que combatió, así como otras corrientes filosóficas, hicieron que el concepto bíblico de la bondad de la creación, incluida la sexualidad, quedara bastante oscurecido. Concepción negativa de la sexualidad que se fue transmitiendo en doctrinas, actitudes, escritos de grandes figuras eclesiales, leyes, prácticas... que han llegado hasta hoy y que han configurado el imaginario, la mentalidad, y las actitudes eclesiales.
Hoy ya no se mantiene que la sexualidad sea mala, que el matrimonio sea un remedio para quien no puede aguantar, como se hizo en el pasado. Ya no se dice así, pero, en la práctica se sigue hablando de los curas y religiosos y religiosas que «resisten heroicamente», se continúa 'reduciendo' al estado laical al cura que deja de serlo. Sigue detectándose una idea no muy consciente de que quien practica la abstinencia, de alguna forma supera, vence, lo que se considera negativamente una necesidad y por lo tanto debilidad humana, porque a lo que se aspira parece ser la superación de la condición humana, en lugar de su plenitud. En el fondo, también se sigue pensando que el celibato, la abstinencia, son valores más grandes que dan, por sí solos, una disposición mayor para trabajar por los demás.
Otro de los temas que pone sobre el tapete esta noticia es el del poder en la Iglesia, y cuestiona en qué medida su consideración, su división y sus formas organizativas concretas facilitan ciertos abusos de éste u otro tipo. Hay abusos verbales (en situaciones de avisos, llamadas al orden) que son sumamente vejatorios, demostraciones de prepotencia que además toman tonos paternalistas, sobre todo cuando se dirigen a mujeres, y mucho más si son religiosas. La Iglesia es una institución que tiene una parte indudablemente humana y que como tal ha de organizarse conforme a lo que, en cada época, la Humanidad va descubriendo como más justo y acertado. Todas las formas organizativas son históricas y sirven hasta que otra mejor aparece. Algunas estructuras son más evangélicas que otras en cuanto permiten ejercer el derecho y el deber de corresponsabilidad y de crítica constructiva que todos los bautizados tienen. La Iglesia institución debe tomarse en serio, y como un don del espíritu, las voces que en su seno, y en todos los niveles de decisión -porque la Iglesia es más plural de lo que a veces se deja ver- están pidiendo, desde hace tiempo, una auténtica revisión y 'aggiornamento' en estos temas. Sólo así su palabra tendrá autoridad moral.
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