Hermosillo, Sonora, 6 de noviembre. La historia del Héroe de
Nacozari ocurrió hace muchos años. Cien, para ser precisos. El 7 de noviembre
de 1907 a Jesús García Corona no le correspondía conducir el tren, pero su
compañero Alberto Biel se reportó enfermo y tuvo que hacerse responsable de los
tres viajes programados entre el pueblo de Nacozari y la mina de Pilares.
Era un recorrido de apenas cuatro kilómetros. Para asegurar
la quema del carbón, la locomotora debía contar con un contenedor donde las
chispas eran sofocadas con mallas; sin embargo, en esos días no funcionaba
bien. La máquina realizó sin complicaciones el primer trayecto. Cuando iba de
regreso por más carga, un mensajero abordó el tren a la altura de El Seis (caserío
habitado por familias de trabajadores de las vías) para avisar a Jesús García
que se necesitaba llevar más explosivos a la mina, diez toneladas de pólvora
que se usarían para una ampliación.
Ya en Nacozari, García dejó a los ingenieros el trabajo de
acomodar los vagones, entre los que estaban los dos cargados de explosivos, que
por un error fueron colocados junto a la máquina. Jesús aprovechó para hacer
una rápida visita a su madre, cuya casa se ubicaba cerca de la estación.
De regreso al sitio donde estaba detenida la máquina, Jesús
García ayudó a uno de sus compañeros a encender el fuego, y, lentamente, la
presión del vapor subió. Movió el convoy. El viento del norte empezaba a jugar
con los remolinos de vapor. Librada del freno, la locomotora trabajaba contra
el viento; las chispas vivas, emanadas del contenedor descompuesto, volaron
sobre el motor y la cabina, llegando hasta los dos primeros furgones, cargados
con cajas de dinamita.
Al principio el fuego fue notificado por la cuadrilla de
trabajadores y más adelante, por simples observadores. Un jovencito, alarmado,
intentó decir a Jesús lo que pasaba, pero su delgada voz no le permitió vencer
el ruido de la máquina. Fue un obrero anónimo quien fuertemente le gritó: “Oye,
hay humo en el polvorín”, frase que hoy se canta en uno de los varios corridos
dedicados a Jesús García.
En un fragmento del corrido Máquina 501, el fogonero le
dice: “Jesús, vámonos apeando/ mira que el carro de atrás/ ya se nos viene
quemando. / Jesús García le contesta:/ yo pienso muy diferente, / yo no quiero
ser la causa / de que muera tanta gente. / Le dio vuelta a su vapor, porque era
de cuesta arriba/ y antes de llegar al Seis/ allí terminó su vida...”
Francisco Rendón, frenero encargado de dirigir los rieles a
Pilares, le gritaba también, desesperado, que tratara de extinguir el fuego.
“¡Frena el tren!”, le gritaba Francisco, con la idea de que entre todos los
tripulantes pudieran apagar el fuego, pero a esa altura del trayecto no había
agua.
Avivado por el viento que el andar del tren producía, el
fuego se expandió. El aire fluyó a través de las cajas e intensificó las
llamas. Cuando la esperanza se desvaneció por la intensidad del fuego, Jesús le
pidió a la cuadrilla que lo acompañaba que se arrojara de la locomotora y le
imprimió toda la fuerza. Romero saltó y rodó hacia la maleza.
A las 14:20 horas, un estruendo como temblor se sintió en
Nacozari. La onda expansiva quebró vidrios y sacudió las casas. Tan grande fue
la explosión, que la locomotora desapareció por completo. Jesús murió al
instante, lanzado por el frente de la cabina.
De El Seis no quedó casi nada. Fueron 13 los muertos, entre
niños, mujeres y obreros que se encontraban cerca de la vía. Pero, sin duda,
fueron cientos los que salvaron la vida cuando Jesús García decidió alejar del
pueblo el convoy en llamas.
Los historiadores aún discuten diversos detalles de este hecho histórico (como el número de la locomotora), pero todos coinciden en que Jesús García salvó a un pueblo completo.